Maya Erikson y la máscara del samurái by Isabel Álvarez

Maya Erikson y la máscara del samurái by Isabel Álvarez

autor:Isabel Álvarez [Álvarez, Isabel]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Aventuras, Intriga, Infantil, Juvenil
editor: ePubLibre
publicado: 2022-09-01T00:00:00+00:00


Siguieron avanzando despacio, cautelosas, y el sonido se fue haciendo más y más fuerte, hasta que Maya se paró: lo había reconocido. Iluminó el techo y, antes de que le diese tiempo a avisar a su amiga, cientos de murciélagos echaron a volar hacia ellas.

—¡Corre! —gritó, se dio la vuelta y empezó a huir.

Los animales sobrevolaban sus cabezas, tan cerca que apenas les dejaban ver dónde pisaban. Mientras corrían, les daban manotazos para apartarlos. En uno de aquellos golpes, a Maya se le cayó la linterna.

—¡Maya! —gritó Aiko, agachada y cubriéndose con los brazos, al darse cuenta de que su amiga se había parado.

—¡La linterna! —exclamó ella.

Con una mano palpaba el suelo a ciegas para tratar de recuperarla, con la otra se protegía.

—¡La tengo! —anunció al fin.

Inmediatamente las dos se levantaron y volvieron a correr. Llegaron a la bifurcación y giraron a la derecha, alejándose de la entrada. Así se deshicieron de muchos de los murciélagos, que volaron en sentido contrario, pero otros las siguieron.

—¡Aquí! —dijo Maya entonces, y se metió en un pequeño entrante que había en una de las paredes.

Agarró a su amiga y tiró de ella para ocultarla también. Agazapadas y cubriéndose lo mejor que podían, esperaron a que los animales pasasen de largo. Cuando dejaron de oír el batir de alas, se asomaron. Justo en ese momento, otro murciélago pasó frente a ellas y las hizo retroceder.

—Creo que ese era el último, salgamos —sugirió Maya después de esperar varios segundos.

—¿Seguro? —preguntó Aiko con miedo.

—Eso espero. Sea como sea, no podemos quedarnos aquí, tenemos que seguir.

Ella tomó la iniciativa y salió de su escondite, su amiga la siguió. Continuaron avanzando despacio y con todos los sentidos alerta, temerosas de lo que podrían encontrarse, hasta que Aiko se detuvo en seco.

—Para —le pidió a Maya, y señaló el suelo.

Delante de ella, había una enorme zanja que les cortaba el paso. Estaba llena de agua sucia que desbordaba, mojando todo el pasadizo. Por lo que podían ver desde su posición, se alargaba unos cinco metros.

—¿Cómo vamos a pasar? —preguntó Aiko.

—Quizá podamos nadar —sugirió Maya.

—No me pienso meter ahí, es asqueroso.

—Tienes razón, no es buena idea. Fíjate, hay un pequeño bordillo a este lado —dijo poniendo un pie sobre él—. Si nos pegamos bien, creo que podremos utilizarlo para cruzar.

—Es estrecho y está muy mojado, resbalaremos.

—Nos quitaremos los zapatos, así será más fácil. Dámelos, los guardaré en la mochila.

Se sentaron en el suelo y se descalzaron. Después, se prepararon para pasar.

—Yo iré primero —se ofreció Maya.

Se pegó a la pared todo lo que pudo y, con mucho cuidado, empezó a caminar de lado. Había avanzado algo más de un metro cuando miró a su amiga.

—Espera a que llegue al otro lado, creo que es más seguro que una esté en suelo firme.

Aiko asintió y ella continuó. En poco rato, había llegado a la otra orilla sin contratiempos.

—Te toca —señaló—. Tranquila, es fácil.

Aiko suspiró profundamente, tratando de mantener la calma, se pegó a la pared todo lo que pudo y comenzó.

—¡El agua está helada! —exclamó.



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